Las mujeres de cierta edad (más de 30) fuimos educadas “a la vieja usansa”, según la cual nosotras debíamos esperar que ellos dieran el primer paso en materia de aproximación amorosa, es decir, aunque nos gustara demasiado un hombre no debíamos demostrárselo y de ninguna manera insinuarnos al susodicho, porque pareceríamos unas “regaladas” (no me gusta la frase pero era la de cajón que nos repetían hasta el cansancio).
En estos días la madre de una de las niñas que acompaño en el proceso de hacerse mujer me manifestaba su preocupación por el hecho de que su hija, una chica de 16 años llevaba siempre la iniciativa a la hora de abordar a un joven que le gustaba, la madre de la joven lo consideraba inapropiado, sin embargo al conversarlo con la adolescente, ella me manifestaba que eso era normal en estos tiempos y que su madre no lo entendía porque era anticuada.
Observo a las mujeres abordar abiertamente a los hombres y me sorprende, incluso siento algo de envidia al ver su arrojo, algo que jamás logré. No quiero hablar aquí de lo que es políticamente correcto, pues estoy segura de que mis hermanas feministas enarbolarán las banderas de la igualdad (que defiendo a muerte) para decir que nosotras tenemos los mismos derechos que ellos para “avanzar” a alguien que nos gusta y viéndolo de esta manera, debo hallarles la razón.
Sin embargo, me gustaría hablar de algo más profundo y cierto en la esencia de hombres y mujeres, para lo cual hemos de remitirnos a la naturaleza misma, que siempre con su sabiduría simple nos ayuda a desentrañar controversias.
Cuando voy a la fuente primaria de información, es decir la natura, observo que en todas las especies animales, son siempre los machos los que llevan a cabo el cortejo romántico y como en la mayoría de los casos, los galanes tienen poco tiempo para convencer a la hembra de que ellos son su mejor opción (debido a que la reproducción animal está limitada por los ciclos solares y por el estro en las mamíferas), realizan rituales de cortejo en un despliegue de técnicas que incluyen muestras coloridas, verdaderas serenatas, roces, etc con el único objetivo de lograr copular con ella en la corta época de la reproducción.
Algunxs objetarán que los animales son seres primarios sin conciencia ni pensamiento, sin embargo, el cortejo amoroso es un ritual al que todas las especies dedican gran empeño y cuidado, incluso existen animales que tienen partes de su cuerpo con el único objetivo de parecer bellos (pavo real) o mostrar supremacía física (leones). Y no olvidemos, que sea cual sea la técnica empleada, siempre, siempre, es la hembra quien elige con quien copulará. Jamás he visto a una perrita correr detrás de ningún can, siempre son grupos de perros los que andan tras la perra en celo, pero a pesar de la aparente estética o el tamaño del galán, que en el caso humano serían determinantes, la perra elige aquel partner que ella considera el apropiado para reproducirse.
Y si observo nuestros cuerpos percibo la misma esencia, es decir el cuerpo femenino es siempre receptivo, sus órganos reproductivos se encuentran en el interior del cuerpo, nuestra vagina es la que recibe al pene y cada mes cuando nuestro ovario libera el óvulo, éste anida en el útero a la paciente espera del espermatozoide. Si observamos el cuerpo masculino veremos que el órgano reproductor de los hombres se encuentra en el exterior, dispuesto a dar, en actitud penetrante, oferente. Así, nuestro óvulo espera a los miles de espermatozoides que vienen a disputarse el único lugar posible y una vez más es el gameto femenino el que elige entre todos ello, cual será el indicado para la fecundación. Nuestra esencia natural habla de anidar, recibir, esperar, en el caso de las hembras y de movilidad, penetración, ofrendar, en el caso de los machos.
He hablado de este tema con ellos y manifiestan (en la superficie) comodidad y gozo porque ahora tienen mucho menos trabajo que hacer para conseguir la cópula, pero a su vez revelan que cuando no hacen ningún esfuerzo por “conquistar” a la mujer, se sienten desinteresados y pierden pronto motivación en la relación o la mujer en cuestión, en definitiva a ellos lo que les gusta es justamente ese papel que le es natural al género masculino.
Por su parte, las mujeres han tenido que resignar su papel de receptoras, entiendo en un mundo que desconoce nuestros ciclos, nuestros sentires y nuestros derechos, que de alguna forma nos hayamos “masculinizado” en la búsqueda de inclusión e igualdad. Sin embargo, porqué no permitir a los hombres que sean hombres al momento del cortejo? Creo que los dos ganamos al retornar a nuestros roles originales, así podremos fluir y apreciar aquello que nos gusta del otro y por otra parte porque el orden natural, que se mantiene siempre fiel al diseño de la vida, responde con belleza y gozo a todo lo que le es afín.
En un mundo que no valora la porción femenina de la humanidad, lo mínimo sería que nosotras conserváramos nuestro lugar, que nos valoráramos y demandaramos de ellos un esfuerzo por “ganarse” el derecho de compartir nuestro templo, pero entiendo que mis palabras pueden sonar cavernícolas en una sociedad en la que la gente puede cambiar de género y hasta de especie, donde hemos desvirtuado los valores más básicos. Siempre cada cual lo hará como mejor le parezca, pero os invito a la reflexión y la conciencia, para aportar luz sobre los comportamientos humanos, que de últimas, son los que determinan nuestra posición en la sociedad y los giros de la historia.
Dafne Arias